Abril 10 de 1864
EN EL PALACIO DE MIRAMAR, cerca de Trieste, á los diez días del mes de Abril de mil ochocientos sesenta y cuatro, estando en la sala de recepción Su Alteza Imperial y Real, el Señor Archiduque Maximiliano de Austria y su augusta esposa Su Alteza Imperial y Real, la Señora Archiduquesa Carlota, acompañados de la Señora Princesa de Mettemich, Condesa Zichy, dama de honor de Su Majestad la Emperatriz de Austria, con funciones de Camarera Mayor de la Señora Archiduquesa; la Señora Condesa Paula Kollonics, Canonesa del Cabildo de señoras nobles de Saboya; la Señora Marquesa María de Ville, Su Excelencia el Señor Herbert, Ministro Plenipotenciario de Primera Clase de Su Majestad el Emperador de los franceses, en misión del Ministerio de Negocios Extranjeros; Su Excelencia el Conde O'Zullivan de Grass, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Su Majestad el Rey de los belgas, cerca de la Corte de Viena; el Señor Hipólito Morier, Capitán de navío de la marina francesa y Comandante de la fragata "La Thémis"; y Su Excelencia el Conde Hádik de Tuták, Consejero íntimo actual, Gentilhombre de Su Majestad Imperial y Real Apostólica, Contralmirante de la marina austriaca; fueron introducidos á presencia de Sus Altezas por el Gran Maestre, Su Excelencia el Conde Francisco Zichy de Vazsonkeo, Consejero íntimo actual y Gentilhombre de Su Majestad Imperial y Real Apostólica, precedido del Gran Maestre de Ceremonias, el Marqués José Corrio, Gentilhombre de Su Majestad Imperial y Real Apostólica, y Gentilhombre de servicio de sus Altezas Imperiales, quienes también asistieron á la audiencia, el presidente y demás miembros presentes de la Diputación encargada de elevar al Señor Archiduque el voto de los mexicanos, adoptando las instituciones monárquicas y llamando á Su Alteza Imperial y Real y sus sucesores á ocupar el trono, á saber: el Excelentísimo Señor D. José María Gutiérrez de Estrada, Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden española de Carlos III, antiguo Ministro de Negocios Extranjeros y Ministro Plenipotenciario de México cerca de varios Soberanos de Europa; los Excelentísimos Señores D. Joaquín Velázquez de León, Comendador de la Orden Imperial de Guadalupe, antiguo Ministro de Fomento de México y antiguo Ministro Plenipotenciario en los Estados Unidos; D. Ignacio Aguilar, Comendador de la Orden de Guadalupe, antiguo Ministro de Gobernación y antiguo Magistrado del Tribunal Supremo de la Nación, y D. Adrián Woll, General de División, Comendador de la Ordenes de Guadalupe y la Legión de Honor, y los Señores D. José Hidalgo, Comendador con placa de la Orden americana de Isabel la Católica, de la Pontificia de Pío IX y de la de Jerusalem, Gran Oficial de la de Guadalupe y Caballero de la de San Silvestre; D. Antonio Escandón, Comendador de número de la Orden de Isabel la Católica y Caballero de la de San Gregorio, y D. José María de Landa, Caballero de la Orden de San Gregorio; y fueron igualmente introducidos los mexicanos, Señores D. Francisco de Paula ,Arrangóiz y Berzábal, Comendador con placa de la Real Orden americana de Isabel la Católica y de la Pontificia de San Gregorio, Caballero de la de Guadalupe de México, antiguo Ministro de Hacienda; D. Tomás Murphy, Comendador de la Orden Imperial y Real de Francisco José de Austria, y antiguo Ministro de México en Inglaterra; Coronel D. Francisco Facio, antiguo Encargado de Negocios en Londres y antiguo Cónsul General en las Ciudades Anseáticas; D. Andrés Negrete, antiguo Encargado de Negocios en Bélgica y actual Encargado de Negocios y Cónsul General en las Ciudades Anseáticas; D. Isidro Díaz, antiguo Ministro de Justicia y de Gobernación; D. Pedro Escandón, Caballero de la Legión de Honor y antiguo Secretario de Legación; el Coronel D. José Armero Ruiz, Comendador de la Orden de Isabel la Católica y Caballero de Guadalupe, actual Cónsul en Marsella; Presbítero Doctor D. Ignacio Montes de Oca; Doctor D. Pablo Martínez del Río, Caballero de la Orden de Guadalupe; D. Fernando Gutiérrez de Estrada, Comendador de la Orden de San Gregorio; D. Ignacio Amor; D. Pedro Ontiveros, Comandante de Batallón.
El Excelentísimo Señor Presidente dirigió á su Alteza, el Señor Archiduque, la alocución siguiente:
"Señor:
La Diputación Mexicana tiene la felicidad de hallarse de nuevo en vuestra augusta presencia, y experimenta un júbilo indecible al considerar los motivos que aquí la conducen.
En efecto, Señor, cábenos la dicha de informaros, á nombre de la Regencia del Imperio, que el voto de los notables -por el cual habíais sido designado para la corona de México- ratificado hoy por la adhesión entusiasta de la inmensa mayoría del país, de las autoridades municipales y de las corporaciones populares, consagrando aquella unánime proclamación ha llegado á ser ya por su importancia moral, ya por su valor numérico, un voto verdaderamente nacional.
Por este título glorioso y apoyados en las promesas del tres de Octubre de mil ochocientos sesenta y tres, que han hecho nacer en el país tan fundadas esperanzas, nos presentamos ahora á solicitar de Vuestra Alteza Imperial, la aceptación plena y definitiva del trono mexicano, el cual vendrá á ser, Señor, un principio de unión y un manantial de prosperidad para aquel pueblo, sujeto por tantos años, á bien rudas y dolorosas pruebas.
Tales han sido ellas, que hubiera infaliblemente sucumbido bajo el peso de sus infortunios, sin el auxilio de uno de los más grandes imperios de Europa, sin las eminentes cualidades la admirable abnegación de Vuestra Alteza Imperial, por último, sin la libertad de acción que habéis debido á los nobles sentimientos del Emperador, vuestro Augusto hermano, Jefe digno, por mil títulos, de la ilustre casa de Austria.
¡Honor y gratitud á estos dos príncipes! Honor y gratitud, también, á la nación gloriosa, que á la voz de su Soberano, no ha vacilado en derramar su sangre por nuestra redención política, creando de esta manera, entre uno y otro continente, una nueva confraternidad en la historia, cuando esta historia no nos había mostrado en los europeos, hasta el día de hoy, más que dominadores.
Honor y gratitud á ese Emperador tan grande como generoso, que haciendo un interés francés de todos los intereses del mundo, en pocos años, y á pesar de obstáculos pasajeros, ha tenido la gloria y la fortuna de enarbolar el pabellón de la Francia, temido siempre, pero siempre simpático, en los confines del lejano Imperio de la China y en los remotos límites del apartado Imperio de México.
Honor y gratitud á tal pueblo y semejantes príncipes, es el grito de todo verdadero mexicano.
Conquistando el amor de los pueblos, habéis aprendido, Señor, el arte difícil de gobernarlos. Así es que, después de tantas luchas, nuestra patria, que experimenta una imperiosa necesidad de unión, os deberá, un día, el inapreciable beneficio de haber reconciliado los corazones de los mexicanos, á quienes las desgracias públicas y el ciego descarrío de las pasiones habían dividido y separado, pero que sólo esperan vuestra bienhechora influencia y el
ejercicio de vuestra autoridad paternal, para mostrarse animados de unos mismos é idénticos sentimientos.
Una princesa, que no menos que por sus gracias, es ya reina por sus virtudes y por su elevada inteligencia, sabrá sin duda, desde lo alto del trono, atraer todos los ánimos á la más perfecta unión para el culto común de la patria.
Para ver realizados estos beneficios, México, con una confianza filial, pone en vuestras manos el poder soberano y constituyente que debe regular sus futuros destinos y asegurar su glorioso porvenir, prometiéndoos, en este momento de solemne alianza, un amor sin límites, y una fidelidad inalterable.
Os lo promete, Señor, pues que católico y monárquico por una tradición secular y jamás interrumpida, halla, en Vuestra Alteza Imperial, vástago digno del Emperador Carlos V y de la Emperatriz Maria Teresa, el símbolo y la personificación de esos dos grandes principios, bases de su primitiva existencia, y bajo cuyo amparo, con las instituciones y los medios que el transcurso de los tiempos ha hecho necesarios en el gobierno de las sociedades, puede colocarse un día en el elevado puesto que está llamado
á ocupar entre las naciones: In hoc signo vinces.
Estos dos grandes principios, Católico y Monárquico, que introdujo á México el pueblo noble y caballeresco que hizo su descubrimiento, arrancándole de los errores y de las tinieblas de la idolatría; á estos principios que nos hicieron nacer para la civilización, deberemos esta vez también nuestra salud; vivificados como lo han sido, por nuestra independencia, y como lo son hoy, por las risueñas esperanzas vinculadas en el naciente Imperio. En este día, que no sería de felicidad si no lo fuera igualmente de justicia, nuestro pensamiento se vuelve involuntariamente á los tiempos históricos y á la serie de gloriosos monarcas, entre los cuales sobresalen con esplendor los ilustres antepasados de Vuestra Alteza Imperial.
Los pueblos, así como los individuos, tienen en sus horas de alegría el deber de saludar, con afectuoso agradecimiento, á sus abuelos que no existen; y es para nosotros, Señor, una gloria que ambicionamos el hacer que brille, á los ojos de todos, ese justo reconocimiento, en el instante mismo en que nuestra inesperada fortuna atrae igualmente sobre nosotros las miradas atónitas del mundo. Al manifestaros, Señor, nuestr05 votos y nuestras esperanzas, no decimos, no podemos decir, que la empresa sea fácil: nunca lo fue, ni lo será jamás, la fundación de un imperio.
Lo único que aseguramos es que las dificultades de hoy serán mañana vuestra gloria, y aún añadiremos que, en la obra emprendida, se revela de un modo patente la mano de Dios. Cuando, andando los tiempos, queden satisfechas nuestras esperanzas y cumplidas nuestras predicciones; cuando México aparezca próspero y regenerado, entonces, pensando que la Europa envió para salvamos sus valerosos batallones hasta las cimas del Anáhuac y hasta las playas del Pacifico en una época en que la Europa misma estaba llena de temores y peligros, ni México, ni la Europa, ni el mundo ni ese otro mundo que nos sobrevivirá, y que se llama la historia, podrán dudar que nuestra salvación, obtenida contra todas las probabilidades humanas, no haya sido la obra de la Providencia, y Vuestra Alteza Imperial el instrumento escogido por ella para consumada. Más, no por pensar en el venturoso destino de nuestra patria, nos sería imposible olvidar, señor, que a la hora de nuestro regocijo, reina en otras partes la más profunda tristeza; comprendemos muy bien, y de ello responden nuestras simpatías, que esta patria austriaca" y principalmente Trieste, vuestra morada favorita, quedarán inconsolables por vuestra ausencia, pero servirales de consuelo el recuerdo de vuestros beneficios y el espléndido reflejo de vuestra gloria.
Después de haber tenido la inapreciable fortuna de oír de los labios de V.A.l las palabras de esperanza de que su aceptación definitiva vendría a ser una realidad, dignaos, señor, concedemos la honra insigne y la inefable dicha de ser los primeros, entre los mexicanos, que reverentes os saluden a nombre del país, como el Soberano de México el árbitro de sus destinos y el depositario de su porvenir. Todo el pueblo mexicano, que aspira con indecible impaciencia a poseeros, os acogerá en su suelo privilegiado con un grito unánime de agradecimiento y de amor.
Más para almas como la vuestra señor, este brillante espectáculo que para otros seria una recompensa, en vos tan solo servirá para claros nuevo ánimo y afirmar vuestra constancia.
La recompensa vendrá más tarde y será providencial como la empresa llevada a cabo. No habrá premio más envidiable que el que recibirá V.A., viendo á México venturoso y respetado en días no muy remotos, y en verdad que no podréis experimentar júbilo más puro ni orgullo más legítimo que el de haber fundado sobre el suelo volcánico de los Moctezumas, un poderoso Imperio, que unirá en breve para su esplendor y vuestra gloria, la fecunda influencia de esa savia nativa con que el cielo ha dotado nuestra tierra americana á cuanto de más perfecto puede ofrecer la justamente alabada organización europea.
La última convicción, Señor, que corona en nosotros tan felices presagios, es la de que México, que os aclama al otro lado de los mares, y el mundo entero que os contempla, no tardarán en conocer que V.A.I. no en vano ha tenido desde la infancia ante sus ojos en el arco de triunfo colocado frente al Palacio de sus antepasados, aquella inscripción bien digna de ellos y que sorprende de admiración al viajero: ‘Justicia regnorum fundamentum’, la justicia es el fundamento de los Imperios”.
I
S.A. se dignó contestar en éstos términos:
"Señores:
Un maduro examen de las actas de adhesión que habéis venido á presentarme, me da la confianza de que el voto de los Notables de México, que os condujo hace poco por la primera vez á Miramar, ha sido ratificado por la inmensa mayoría de vuestros compatriotas, y de que puedo yo considerarme desde ahora con buen derecho, como el elegido del pueblo mexicano. Así está cumplida la primera condición formulada en mi respuesta el 3 del último Octubre.
Otra también os indicaba entonces, á saber, la relativa á asegurar las garantías necesarias para que el naciente Imperio pudiese consagrarse con calma á la noble tarea de establecer sobre bases sólidas su Independencia y bienestar. Contamos, hoy, señores, con esas seguridades, merced á la magnanimidad de Su Majestad el Emperador de los franceses, que en el curso de las negociaciones que sobre este punto han tenido lugar, se ha mostrado constantemente animado de un espíritu de lealtad y de una benevolencia cuyo recuerdo conservaré siempre en mi memoria.
Por otra parte, el Augusto Jefe de mi familia ha consentido en que yo tome posesión del trono que se me ofrece.
Ahora, pues, puedo cumplir la promesa condicional que os hice seis meses ha, y declarar aquí, como solemnemente declaro, que con la ayuda del Todopoderoso, aceptó de manos de la Nación Mexicana la Corona que ella me ofrece. México, siguiendo las tradiciones de ese nuevo Continente lleno de fuerza y de porvenir, ha usado del derecho que tiene de darse á sí mismo un Gobierno conforme á sus votos Y á sus necesidades, y ha colocado sus esperanzas en un vástago de esa casa de Hapsburgo que hace tres siglos trasplantó en su suelo la monarquía cristiana. Yo aprecio en todo su valor tan alta muestra de confianza y procuraré corresponder a ella. Acepto el Poder Constituyente con que ha querido investirme la Nación, cuyo órgano sois vosotros, señores; pero sólo lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un orden regular, y para establecer instituciones sabiamente liberales. Así que, como os lo anuncié en mi discurso del 3 de Octubre, me apresuraré á colocar la monarquía bajo la autoridad de leyes constitucionales, tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente. La fuerza de un poder se asegura, á mi juicio, mucho más por la fijeza que por la incertidumbre de sus límites, y yo aspiro á poner para el ejercicio de mi gobierno, aquellos que sin menoscabar su prestigio, puedan garantizar su estabilidad.
Nosotros probaremos, así lo espero, que una libertad bien entendida se concilia perfectamente con el imperio del orden: yo sabré respetar la primera y hacer respetar el segundo.
No desplegaré menos vigor en mantener siempre elevado el estandarte de la Independencia, ese símbolo de futura grandeza y de prosperidad.
Grande es la empresa que se me confía, pero no dudo llevarla á cabo confiado en el auxilio divino y en la cooperación de todos los buenos mexicanos.
Concluiré, Señores, asegurando de nuevo, que nunca olvidará mi gobierno el reconocimiento que debe al Monarca Ilustre cuyo amistoso auxilio ha hecho posible la regeneración de nuestro hermoso país.
Por último, Señores, os debo anunciar antes de partir para mi nueva patria, sólo me detendré el tiempo preciso para pasar á la Ciudad Santa á recibir del Venerable Pontífice la bendición tan preciosa para todo Soberano, pero doblemente importante para mí que he sido llamado para fundar un nuevo Imperio."
El Presidente replicó diciendo:
"Poseídos de una emoción sin igual, y penetrados de inefable gozo, recibimos, Señor, el solemne Sí que acaba de pronunciar Vuestra Majestad. Esta aceptación plena y absoluta tan ardientemente deseada, y con tan vivo anhelo esperada, es el feliz preludio, y debe ser, con la ayuda de Dios, la prenda segura de la salvación de México, de su próximo renacimiento y de su futura grandeza. En igual día elevarán al cielo nuestros hijos acciones de gracias por esta redención verdaderamente prodigiosa.
Réstanos, por último, Señor, un deber que cumplir: el deber de poner á vuestros pies el amor de los mexicanos, su gratitud y homenaje de fidelidad."
Concluidas estas palabras, se presentó el Abad mitrado de Miramar y Lacroma, Monseñor Jorge Racic, con mitra y báculo, asistido de Fray Tomás Gómez, del Orden de Franciscanos, y del Dr. D. Ignacio Montes de Oca, para presenciar el juramento que espontáneamente prestó el Emperador en esta fórmula: “Yo Maximiliano, Emperador de México, juro á Dios por los Santos Evangelio procurar por todos los medios que estén a mi alcance el bienestar y prosperidad de la Nación, defender su independencia y conservar la integridad de su territorio.”
Saludados Su Majestad y tres veces al grito de ¡viva el Emperador! ¡ Viva la Emperatriz! dado por el Excelentísimo Señor Gutiérrez de Estrada y repetido con entusiasmo por la concurrencia, se retiraron á esperar la hora señalada para el Te-Deum. que se cantó solemnemente en la capilla con asistencia de Sus Majestades, de la Diputación y de todos el séquito, y á cuyo acto concurrió ya el Emperador con las insignias de Gran Maestro de la Orden Mexicana de Guadalupe.
Entre tanto, en el momento en el que el Emperador hubo pronunciado el juramento, se izó en la torre del Castillo el pabellón imperial mexicano, y la fragata "Bellona," de la Marina Imperial y Real austriaca, hizo el saludo de veintiún tiros de cañón, que fue contestado por el castillo de Trieste y por la fragata de guerra francesa "La Thémis."
Así concluyó el acto solemne en que el Archiduque de Austria, proclamado Emperador de México por el voto libre y espontáneo de aquel pueblo, quedó investido de la soberanía que transmitirá á sus ilustres descendientes ó á los Príncipes llamados a reinar por el estatuto de sucesión que Su Majestad se designe sancionar.
Para perpetuar la memoria de estos grandes acontecimientos extiendo de orden del Excelentísimo Señor Presidente de la Diputación por duplicado esta acta, que firmada por Su Excelencia y demás miembros de la misma Diputación antes mencionados y autorizada por mí como Secretario, se remitirá al Ministerio de Negocios Extranjeros y al Archivo de la Casa Imperial.- JM Gutiérrez Estrada, Presidente.-Joaquín Velázquez de León.-Ignacio Aguilar.- Adrián Woll.- José Hidalgo.- Antonio Escandón.- José María de Landa.- Ángel Iglesias y Domínguez, secretario.
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